PAREJOCENTRISMO Y DEPENDENCIA EMOCIONAL
¿Qué entiendo por parejocentrismo? Es el concepto que se desprende de la organización jerárquica hegemónica de los vínculos afectivos que vivenciamos en nuestra sociedad. En esta organización jerárquica, la pareja es el núcleo de mayor importancia, posicionándose primera en la pirámide de nuestros vínculos. Este núcleo primordial tiene ciertas características para que sea considerado válido y legítimo a nivel social: principalmente debe ser monógamo, heterosexual, cis-género y de clase media para arriba. Brigitte Vasallo explica muy claramente cómo la institución de pareja es indispensable para seguir reproduciendo al ciudadano deseable de una nación.
Además, el parejocentrismo está regido por la obligatoriedad
de tener una pareja: es uno de los mayores ideales de la vida moderna. Creer
que el deseo de formar una pareja es un deseo natural, genuino, en realidad es
bastante iluso. A nivel formativo, tanto dentro de las familias como a través
de las instituciones educativas y los medios de comunicación, se nos imprimen ideas
que luego tendemos a pensar que son deseos completamente propios. Aquí es
válido decir que deseamos lo que la hegemonía nos vende como deseable. Por
ende, si nunca se nos muestran otros escenarios posibles, como puede ser el
hecho de no querer formar una pareja monógama, heterosexual, cis-género y
clasemediera (o sencillamente no querer formar una pareja), es complejo que lo
veamos como algo deseable. No sólo se pone en juego el reconocimiento social,
sino que a nivel estatal también se juegan distintos beneficios.
En cuanto a lo que medios de educación se refiere, bien
podemos notar que mantenerse sin pareja pasada cierta edad, es visto como algo
negativo. Esto se acentúa en la vida de las mujeres cis, y tiene que ver con la
finalización de su vida fértil. No olvidemos que el fin de la pareja obligatoria
es la reproducción. Y por el contrario, todas las películas y series con las
que nos hemos criado, muestran el establecimiento de una pareja como lo
deseable, y la búsqueda de la soledad como un síntoma del cual sospechar.
¿Cómo se ven reflejadas estas imposiciones en nuestro
cotidiano? Si bien cada une deberá sondear en su historia vital, está bastante a
la vista la organización social que generamos, partiendo de una idea más o
menos explícita de que la pareja es lo más importante: le destinamos más tiempo
durante la semana que a otros vínculos, le reservamos actividades que no
hacemos con otras personas (exclusividad), le destinamos nuestra mayor carga
afectiva y es probable que sea el vínculo en dónde más inseguridades,
conflictos y posesividad se despierten.
Es en estos últimos puntos que se pone de manifiesto la
relación entre la organización parejocentrista y la dependencia emocional. El
deseo obligatorio de formar pareja viene acompañado de ciertas idealizaciones,
que son las que luego nos van a generar determinadas expectativas. Cuando esas
expectativas no se cumplan, es probable que aparezca un sentimiento de
frustración. Lamentablemente no tenemos desarrolladas demasiadas herramientas
para lidiar con este sentimiento. Entonces, frente a la frustración podemos
activar mecanismos de manipulación para poder alcanzar cuales sean las
expectativas que tengamos. También podemos activar otros mecanismos como llegar
a traspasar los límites ajenos o propios, recurrir a violencia verbal o
inclusive violencia física. Es interesante preguntarnos por qué tenemos
emociones, sentimientos, conductas y pensamientos tan distintos en una pareja
que en otros vínculos afectivos. Entonces, la dependencia emocional se va a
generar de acuerdo a la idealización que tengamos de la pareja. Todo el peso social
que implica formar y mantener una pareja, e inclusive ir avanzando en los pasos
que se esperan (convivir, casarse, tener hijes), no son nimiedades para nuestro
día a día. Con el encuentro de una pareja viene la promesa de la felicidad, de
la exclusividad, de tener algo especial, algo que dure en el tiempo, que nos
complete, que sea nuestro gran sostén emocional. Estas expectativas sumadas a
la cantidad de tiempo (físico o virtual) que se depositan en la pareja, hacen
que nuestra firmeza en el mundo se construya alrededor de sólo una persona.
Aquí no quiero llegar al punto de ponderar el ideal neoliberalista del ser humano
completamente autosuficiente. Seguimos siendo mamíferxs y seres sociales, que
necesitan de la afectividad para poder desarrollarse en su día a día. El gran
problema es que la obligatoriedad de la pareja nos ha hecho creer que esa
afectividad es siempre mejor y más válida si viene dada por este vínculo, que
se plantea como el más importante en la pirámide afectiva. Y además, ese
vínculo que se plantea con semejante carga y ensimismamiento, luego es
vivenciado como el pilar fundamental de nuestra vida y sin el cual no podremos
seguir nuestro recorrido vital. Esa sensación de desesperación que nos habita
cuando pensamos en la vida sin nuestra pareja, es la muestra más clara de que
el parejocentrismo y la dependencia emocional van de la mano.
¿Qué dinámicas podríamos revisar de nuestro cotidiano para
empezar a generar vínculos afectivos más horizontales? ¿Qué medidas podríamos
reforzar y cuáles podríamos ir dejando de alimentar? En principio podemos
empezar a tener en cuenta que formar una pareja no tiene por qué ser lo que más
deseemos o ni siquiera algo que deseemos. Y también ir procesando la idea de
que pasar tiempo con nosotres mismes no es algo negativo, que desear tiempo sin
compañía de otres es perfectamente válido. Luego, si estamos en pareja podemos
pensar y accionar en pos de la descentralización de ese vínculo. Para esto va a
ser necesario que nuestros tiempos y espacios se organicen de otra forma en
nuestro día a día: pasar más tiempo en soledad física o virtual, pasar más
tiempo con otros vínculos, generar espacios personales de los que nuestra
pareja no sea parte, compartir afecto con otras personas, e ir registrando cómo
nos vamos sintiendo con ese nuevo espacio: ¿surgen inseguridades o por el
contrario hay mayor comodidad? ¿qué temores se despiertan y cómo los
gestionamos?
La descentralización de la pareja es un proceso clave para
aprender a vincularnos pudiendo ver nuestras violencias, y así dejar de
naturalizar formas y tratos que no tenemos para con otras personas. Además,
este proceso nos impulsa a vincularnos más con nosotres mismes y con una red afectiva
más horizontal, más presente en nuestro desarrollo vital. La exclusividad, no
sólo en torno a lo sexual (ya que de hecho existen personas que son asexuales),
genera la idea de un territorio que es propio, que debemos defender y que es
parte fundamental de nuestra identidad. Por eso es que desarmar esas
exclusividades, con todo lo que ese proceso implique, nos puede ayudar a formar
vínculos sexo-afectivos con un menor componente de dependencia emocional.
Todos los derechos reservados para Julieta Mor.
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