EXPECTATIVAS Y EXIGENCIAS EN VÍNCULOS AFECTIVOS

Expectativa, exigencia y frustración. Un trío ampliamente difundido en nuestros vínculos afectivos. No es una combinación individual, algo que te suceda sólo a vos. Por el contrario son formas muy expandidas. Pero, ¿por qué? Hoy voy a analizar el papel que juega la educación afectiva ineficiente, acotada o poco nutricia que hemos tenido en nuestras vidas, que desemboca en ilusiones imposibles de cumplir, exigencias desmedidas, responsabilidades corridas de foco, desilusiones y un buen golpazo de realidad.

Las educaciones que recibimos no tienen que ver sólo con los ámbitos formales como la primaria, la secundaria o estudios institucionales. Aprendemos de nuestros espacios de crianza, de los medios de comunicación que nos rodean y de nuestros ámbitos de socialización. Lo que absorbemos en la infancia es el molde vincular que tenderemos a utilizar en próximas etapas de nuestro desarrollo vital. Pero ese molde no nos define, no es estanco ni es nuestro destino. Mediante el registro de los aprendizajes que hemos naturalizado al punto de hacerlos carne, podemos ir eligiendo con qué nos quedamos, qué desechamos y qué reciclamos.

¿Qué significa que algo se naturalice al punto de hacerlo carne? Implica que vamos a estar operando (deseando, sintiendo y reaccionando) desde los moldes vinculares que hayan estado a nuestro alcance en la infancia. No es sino en la adolescencia, juventud y adultez en donde podemos comenzar a cuestionar si la forma en la que nos vinculamos humanamente nos nutre o nos desnutre, siempre analizándonos de forma comunitaria y en contexto.

Las expectativas son lo que esperamos que nos brinde una situación o una persona. Es imposible no tener expectativas, ya que al ser seres con una mente que planifica, imagina y desea, inevitablemente vamos generando ideas de lo que esperamos para nosotres cuando interactuamos con otres. Entonces el problema no radica necesariamente en las expectativas, sino en la flexibilidad que podamos tener con respecto a ellas y en la forma en la que alojamos la frustración en nuestros desarrollos. Cuando nuestras expectativas son duras, son estancas y no comprenden de las múltiples variables que las atraviesan, se terminan convirtiendo en exigencias y las exigencias pueden utilizar el camino de “el fin justifica los medios” o utilizar cualquier recurso, por más destructivo que sea, para conseguir esa idea primera que nació de nuestros moldes vinculares.

¿Qué tipo de educaciones sobre vínculos humanos hemos recibido? Es inapropiado creer que esa educación no ha existido, más bien podríamos decir que ha sido ineficiente, falta de crítica, normativa, homogeneizante y que no ha colaborado en que podamos entender cómo opera nuestro mundo emocional, para poder cuidarnos, saber establecer límites y así cuidar a otres. Las educaciones que hemos recibido versan sobre la incondicionalidad: la pareja es obligatoria y es para siempre, la familia de origen siempre estará ahí, no importa qué tan destructiva pueda resultar. El juntes para siempre, la promesa de la felicidad y la completitud, la exclusividad y por ende la exclusión, son todos componentes que nos llevan a tener ideas preestablecidas sumamente estancas con respecto a los vínculos que vamos formando. Desde aquí nacen las expectativas: lo que yo pretendo que una situación o una persona me brinde. Y los vínculos afectivos, tanto como el vínculo que tenemos con nosotres mismes, son espacios en donde depositamos expectativas altamente exigentes. De hecho es muy probable que las expectativas le hagan sombra y desaparezcan a las personas que nos rodean. Es decir, no vemos a quienes tenemos cerca porque estamos demasiado pendientes de que cumplan con nuestras expectativas. No sabemos qué unicidad pueden brindarnos, sólo queremos lo que hemos idealizado.

El mecanismo de esperar algo de le otre se torna aún más drástico cuando lo combinamos con una comunicación escasa. De antemano pretendemos algo pero no sabemos expresarlo. Esperamos que les demás adivinen lo que queremos, lo que nos gusta, lo que necesitamos, pero “si te lo tengo que pedir, ya no lo quiero”. Nos comimos el verso de que lo espontáneo es lo más romántico y por ende lo más verdadero. Excelente forma de deshacernos de la responsabilidad que tenemos con respecto a la comunicación de lo que deseamos. Antes que el consumo de cuerpos desechables, antes que las teorías sobre la libertad que no analizan contextos, lo jugoso de la cuestión vincular radica en aprender a pedir concretamente lo que necesitamos, a la vez que entendemos que ese pedido no puede ser una exigencia, y que por tanto puede tanto cumplirse como no.

Entonces, como ejercicio práctico necesitamos comenzar a hacer un registro sobre cuáles son las expectativas que tenemos sobre los vínculos, y sentipensar si esas expectativas están en coherencia con lo que hoy en día queremos, o si son deseos que tienen que ver con los moldes vinculares que hemos mamado. Luego, la maduración y el entrenamiento emocional va a tener que ver con ir masticando, frustración mediante, que no todo lo que pretendemos de situaciones o personas se nos puede dar, o que tal vez no nos lo puede dar una sola persona. Y por último, tendremos que desarrollar nuestras habilidades para comunicarnos: aprender a pedir de forma concreta lo que queremos, dejando el rol pasivo-victimizante de esperar a que les demás adivinen lo que nos hace falta.

Les amo,

Juli.

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