¿POR QUÉ ES TAN COMPLEJO PONERLE LÍMITES A LO QUE NOS INCOMODA?

Vengo pensando en esto desde hace mucho tiempo. En un post anterior, escribí sobre la relación entre la puesta de límites, la culpa y las contrucciones en relación al género. Es un buen complemento de lo que escribo ahora. En principio, hablo de lo que nos incomoda y no de violencia, por más que en otros momentos lo he nombrado de esta última manera. Se debe a que habla de violencia, en singular, es tramposo. La violencia es más bien las violencias, y a pesar de nombrarlo en plural, es muy complejo definir qué son las violencias, y se me hace ya un término muy pesado como para utilizarlo aquí. En ese sentido, Butler lo analiza en profundidad en "La fuerza de la no violencia". Más allá de este otro debate, elijo hablar de lo que nos incomoda. Lo que nos incomoda no es opinable. Lo que nos es incómodo, nos trae información del vínculo con nuestros traumas así como de la necesidad de los límites pero también nos remite a la validación o invalidación que ejercemos, a veces contra nosotres mismes y a veces contra otres. Dentro de lo que es invalidación, a muches en algún momento nos ha tocado escuchar la frase "estás exagerando". Dentro de mi enfoque analítico de lo emocional y lo vincular, exagerar no existe. La vara con la que se mide lo que nos incomoda, es creado por cada une. No puede alguien externo decirnos si la vara que creamos (no por elección, sino como consecuencia de nuestras vivencias y sensibilidades) es o no correcta. Porque si hay algo que no se puede homogeneizar ni cuantificar, es el dolor. Uno de los conflictos en relación a validar lo que nos incomoda, es que se nos educa en la normalidad. La normalidad son los parámetros que se instituyen como deseables para todes. Ser cis, ser heterosexual, es la normalidad. Y dentro del binarismo de género en el que se nos cría, existen ciertas caracterísitcas "de varón" y "de mujer" que son la normalidad. En relación a la emocionalidad y el dolor, nos encontramos con que no sentir "es de varón" y con que sentir mucho, exageradamente, "es de mujer". De hecho, quienes fuimos socializades como mujeres cis, vivimos con nuestras emociones en duda, ya que "por ser mujeres" somos muy emocionales, histéricas y demás adjetivos que se utilizan para neutralizar la expresión de nuestros límites y necesidades.

Cuestiones a tener en cuenta a la hora de profundizar en por qué puede costar tanto poner límites, hay muchas: la cultura del esfuerzo y el trabajo, que no permite quejas; las crianzas adultocéntricas que desmerecen de forma sistemática las necesidades de las infancias; las educaciones punitivas que amenazan con el castigo cuando se genera disenso; la rigidización del rol de victimarix, que nos indica que si hemos hecho daño, ya no podemos reclamar nada; nuestra cultura occidental de la happycracia, que nos empuja a silenciar lo que nos incomoda para poder sostener la pertenencia; el chip del amor romántico que nos impone que callar nuestras necesidades es requisito fundamental para conservar el vínculo.

Pero además, hay algo que es sorpresivamente corriente: solemos poder detectar fácilmente violencias en otros vínculos, y hasta nos es relativamente simple planear abordajes para las mismas, pero nos cuesta mucho validar nuestras incomodidades (aquí sí utilizo violencias, porque no podría hablar de incomodidades cuando estoy observando a otres). Uno de los pilares fundamentales de la punición es adoctrinarnos en enjuiciar lo que sucede fuera, siempre desde una mirada de exposición, control y castigo. De esta manera, no hacen falta dispositivos de control externos, ya que actuamos como policías entre nosotres mismes. Es decir que las educaciones (de familia, de colegio, de medios de comunicación y contexto en general) que están impregnadas por el consumismo capitalista, nos predisponen constantemente a señalar hacia afuera, en vez de observar lo propio.

Claro está que señalar afuera no sólo no nos implica emocionalmente de la misma manera que observar lo propio, sino que además es una forma de separarnos de eso que "está mal" o "es tóxico" (ya saben que enfurezco con esas categorías, por eso las comillas). De esa manera es que se forma una diferencia marcada que nos desidentifica de ese conflicto. Y esta separación es la misma que nos impide profundizar en lo que nos incomoda o nos resulta violento. Entonces, por un lado la complejidad para poner límites tiene que ver con el miedo a que un vínculo se modifique, y que esa modificación implique una separación; pero por otro lado, para poner el límite, primero tenemos que poder aceptar que nosotres también formamos parte de eso que señalamos como "lo malo" o "lo tóxico". Y ser parte de esa otredad es no haber cumplido con lo necesario para la normalidad, que es el pilar fundamental de la pertenencia a nuestra cultura occidental capitalista. Quizás para sondear nuestros límites, haya que revisar la obligatoriedad que tenemos inculcada en relación a la normalidad y las hiperexigencias por cumplirlas.

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