EMOCIONES DISPLACENTERAS Y CULPA

 Dentro del repertorio emocional que podemos llegar a habitar, podemos hacer distintos tipos de clasificaciones. Para el análisis de hoy, haré la diferenciación entre emociones placenteras y emociones displacenteras. Para la mayoría de las personas las emociones placenteras son las que se relacionan con la regulación del estrés, y las displacenteras las que incrementan el estrés. Asociado a esos dos tipos de emociones, encontramos luego muchos sentimientos posibles (emociones y sentimientos no son sinónimos, aunque estén en estrecha relación). Decimos siempre que las emociones carecen de moral, es decir, no son ni buenas ni malas; simplemente son. Existen y siempre tienen su motivo de existencia. Por eso es muy importante hacer hincapié en esta a-moralidad, ya que esta base nos lleva a un registro emocional que pueda ser nutritivo para nuestro proceso personal, y no punitivo-culpabilizante. Es también de mucha importancia diferenciar entre el concepto de emociones displacenteras y emociones negativas. Las emociones displacenteras son aquellas con las que nos sentimos en un bajo o alto grado de incomodidad: enojo, tristeza, miedo, frustración, angustia, impotencia, etc. Las emociones negativas NO EXISTEN. Cuando hablamos de negativo, ya estamos haciendo un juicio, indicando que habitarlas es desfavorable. Esta forma de concebir las emociones, nos puede llevar a su represión o evitación a través de diferentes mecanismos. Pero como nombraba anteriormente, si bien en determinadas circunstancias la evitación es necesaria por el alto grado de estrés que pueda estar atravesando una persona, esto no implica que las emociones displacenteras tengan que desaparecer. Más bien todo lo contrario, existen en relación a la supervivencia (sobre todo el miedo y el enojo). Ir en contra de las emociones displacenteras, es ir en contra de nuestras necesidades emocionales básicas. Sobre lo que sí es posible trabajar, es en el abordaje o gestión que hacemos de ellas, en pos de ir construyendo herramientas que nos acerquen a una reducción de daños hacia nosotres y hacia les demás (la evitación absoluta del daño tampoco es factible). Entonces, en un inicio lo que me importa remarcar es que las emociones placenteras y las emociones displacenteras irán a ser parte de nuestro repertorio emocional durante toda la vida, y con sus respectivas razones.

Ahora, ¿por qué sentir determinadas emociones nos genera culpa? ¿Por qué la mayoría de las personas dice sentir culpa en relación a emociones displacenteras? Y lo que me interesa aún más, ¿por qué la culpa nace cuando esas emociones son despertadas por el vínculo con otres, pero no surge cuando se despiertan en relación a nosotres mismes? Es decir, es bien común haber dicho o pensado “me enojé con tal por determinada situación y después me sentí super mal”, pero creo que jamás escuché un “me enojé conmigo misme y luego me sentí mal por eso”. No digo que nunca haya sucedido, digo que no es la norma. Y a mí me interesa analizar justamente esa normalidad. Esta primera diferencia entre la culpa en los vínculos o la culpa para el vínculo con nosotres mismes, tiene que ver con el protagonismo que la mirada externa tiene en nuestras vidas. Importa cómo performateamos para el resto, pero no cómo nos vinculamos con nosotres. El concepto de “bondad” está intrínsecamente unido al de brindarse a otres. Nadie resalta la bondad de una persona porque tiene un “buen” trato consigo misme, sino con les otres. De hecho una persona que pone el foco en sus necesidades, que se toma como prioridad, que “se pone por delante”, es tomada como una persona egoísta, que es uno de los elementos de la construcción de “la mala persona”.

En segundo término, la culpa por habitar emociones displacenteras en relación a un vínculo tiene varias aristas. Por un lado, sentir emociones displacenteras puede llevarnos al disentimiento dentro de la unión. Uno de los pilares del pensamiento monógamo (no de la práctica) es la disolución de las diferencias para la conservación del vínculo. Por lo tanto, no se nos ha enseñado ni hemos practicado cómo sería entablar un diálogo compartido para abordar ese disentimiento. En general, tendemos a percibir al disentimiento como un elemento que nos acerca cada vez más a la ruptura de la unión. Entonces, habitar emociones displacenteras sería el equivalente a ser el elemento conflictivo que hace peligrar la unión. Tener esa responsabilidad nos puede llevar a sentir culpa por lo que sentimos.
En última instancia me interesa decir que es bien diferente sentir culpa por nuestro accionar (la forma en la que abordamos la emoción) que sentir culpa por la emoción misma. Las emociones existen para ser escuchadas, nunca para que desaparezcan. Y pertenecen a nuestra intimidad, más allá de que luego querramos compartirlas. En cambio, sentir cierta culpa inicial por accionares que no nos dejan conformes, puede ser un puntapié para seguir indagando en nuestra historia personal. La diferencia radica en para qué usamos esa culpa y durante cuánto tiempo se sostiene en nosotres. No es real que tengamos que cargar con culpa por haber hecho algo con lo que no estamos conformes. Esa es la forma punitiva en la que se nos educa: a cada acto dañino, un castigo. Podemos pensar en construir formas antipunitivistas de vincularnos con nosotres mismes, con les demás, con nuestros procesos de aprendizaje vital y con nuestras emociones. 

Por otro lado, como las emociones displacenteras han sido catalogadas como emociones negativas que sólo sienten “las malas personas”, nos hemos alejado de su entendimiento y por ende del manejo que podamos ir construyendo para las conductas impulsivas que nos surjan a partir de ellas. No sabemos cómo lidiar con la ira, cómo redireccionar la energía que nos trae sin ser extremadamente dañiñes para con nosotres y para con otres. Tendemos a responsabilizar a les otres por lo que sentimos, sin hacer un reconocimiento y un análisis personal de los motivos que nos despiertan esas emociones necesarias. Luego de las conductas impulsivas que podamos llegar a tener, tendemos a sentirnos muy disconformes con nuestro accionar, creyendo que podríamos haber evitado esa reacción tan primaria. Y claro que esas respuestas tan viscerales pueden ir observándose, registrándose y analizándose para poder tener otra perspectiva en situaciones futuras, pero eso lleva tiempo y entrenamiento, escucha y compasión.


Los derechos de este texto pertenecen a Julieta Mor.

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